Como todos los días.
Salió del baño nuevamente y recorrió el pasillo de su casa. Era su casa, la recordaba de memoria, sabía dónde quedaba cada habitación, dónde estaba la cocina, dónde terminaba ese recorrido, aunque sea la primera vez que la había visto en su vida. Llegó hasta la otra punta agitado como si hubiera corrido desesperadamente aunque sabía que no lo había hecho; le pareció haber recorrido unos cincuenta interminables metros, tal vez trescientos. Antes de salir, saludó a su esposa, hermosa como siempre. Su cara le parecía conocida, esto lo alegró. Abrió la puerta y se encontró con un camino en medio del campo en el que lo esperaba su hermano que estaba más contento de lo habitual.
Comenzaron a caminar rumbo al estadio. En el transcurso, le contó que se había comprado un auto. El calor lo obligó a bajar la ventanilla de ese coche rojo fuego. En una calle desconocida giraron a gran velocidad y a los gritos su padre le pidió que guardara el paquete que se encontraba en el asiento trasero. Sin dudarlo lo tomó y salió corriendo de aquel automóvil, verde selva, destartalado.
Al notar que lo estaban persiguiendo unos matones que juraba haber visto en Duro de Matar, se escondió en la oficina del jefe. Segundos más tarde llegó éste con su cara de dormido, como siempre y le comunicó que si no se entregaba, se veía en la obligación de echarlo.
Él sabía que sólo intentaba hacerse con el motín, por lo que tomó el cortaplumas que estaba sobre el escritorio y le abrió el cuello de un sólo golpe.
Escapó corriendo nuevamente con el gato, enfermo, pidiendo auxilio intentando gritar, pero sus palabras no salían de su boca. Estaba mudo.
Llegó a su casa, cansado, con el traje impecable. Estaba sólo desde hacía meses. Su mujer había fallecido en un accidente años atrás. Se miró en el espejo y se vio como siempre sin rostro. Se recostó plácidamente en la cama, esperando recordar nuevamente ese sueño que lo perseguía desde hacía tiempo, donde su vida era rutinariamente aburrida. Tan emocionante y vertiginosa como él deseaba, donde su mujer era siempre la misma, donde él tenía rostro, el jefe lo esperaba cada mañana para solicitarle el informe, y su equipo perdía domingo por medio.
Comenzaron a caminar rumbo al estadio. En el transcurso, le contó que se había comprado un auto. El calor lo obligó a bajar la ventanilla de ese coche rojo fuego. En una calle desconocida giraron a gran velocidad y a los gritos su padre le pidió que guardara el paquete que se encontraba en el asiento trasero. Sin dudarlo lo tomó y salió corriendo de aquel automóvil, verde selva, destartalado.
Al notar que lo estaban persiguiendo unos matones que juraba haber visto en Duro de Matar, se escondió en la oficina del jefe. Segundos más tarde llegó éste con su cara de dormido, como siempre y le comunicó que si no se entregaba, se veía en la obligación de echarlo.
Él sabía que sólo intentaba hacerse con el motín, por lo que tomó el cortaplumas que estaba sobre el escritorio y le abrió el cuello de un sólo golpe.
Escapó corriendo nuevamente con el gato, enfermo, pidiendo auxilio intentando gritar, pero sus palabras no salían de su boca. Estaba mudo.
Llegó a su casa, cansado, con el traje impecable. Estaba sólo desde hacía meses. Su mujer había fallecido en un accidente años atrás. Se miró en el espejo y se vio como siempre sin rostro. Se recostó plácidamente en la cama, esperando recordar nuevamente ese sueño que lo perseguía desde hacía tiempo, donde su vida era rutinariamente aburrida. Tan emocionante y vertiginosa como él deseaba, donde su mujer era siempre la misma, donde él tenía rostro, el jefe lo esperaba cada mañana para solicitarle el informe, y su equipo perdía domingo por medio.
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