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Mostrando las entradas con la etiqueta Cuentos

Chispita nocturna

Fue una noche. Yo estaba recostado sobre el pasto de un campo desconocido, tras los alambres de púa, a unos kilómetros de Macachín, provincia de La Pampa. La radio había anunciado durante el día anterior la aparición de un cometa cercano a la constelación de Tauro. Estuve toda la tarde realizando preguntas sobre la constelación, para poder identificarla fácilmente cuando llegara la noche, pero allí en Macachín los lugareños las conocían con otros nombres, como el del "Gallo cantor", "El cuí" o "El cinturón de Facundo". Pese a ello, pude hacerme una idea en base a dibujos sobre un papel de cuál representaba al Tauro. Ellos la llamaban "El caballo de Rosas". Llegada la medianoche me encontraba internado en medio de la oscuridad, sintiendo el verde húmedo bajo mi espalda, con los ojos mirando el cielo más estrellado que aún recuerde. La ansiedad estaba haciéndome sufrir esperando el momento. Desde muy pequeño me fascinaron las luces en la oscuridad....

Pregunta

Estuve con la flaca que te conté la vez pasada. Habíamos ya tenido un encuentro y como sabés, no terminó muy bien. Por eso yo sabía que las posibilidades de coger esa vez eran casi nulas. Pese a la tensión sexual que hubo toda la noche, yo estaba resignado. Nos habíamos dado unos besos y compartido algunos mimos. La cosa es que entre caricia y caricia terminamos en la cama. Igual yo sabía era no. Era imposible. Las caricias en la cama fueron subiendo la temperatura, el tono, el chorus, la reverb y el pitch... pero sabía que no. No iba a suceder, incluso por cuestiones físicas del momento que no te voy a detallar por respeto. En el momento cumbre, entre roces y fricciones que la habían llevado a una nube, jugué una carta que me garantizara una vuelta próxima. En el momento del clímax le digo al oído con la mayor dulzura del mundo: -Quiero que sepas que no quiero coger. Y no vamos a hacerlo. Hoy solo quiero dormir a tu lado y que todo sea distinto. Yo te juro, aunque creas que soy exager...

Los ángeles usan email

Diez de septiembre de 2023. Dorita, con sus 85 años estaba cansada de esa pérdida. La vecina le venía reclamando desde hacía meses pero ella sola no se podía hacer cargo. Estuvo pateando el tema con la culpa de saber que el agua se filtraba desde el baño y le estaba arruinando el techo a Emma y su novio. A Emma la conocía desde chiquita por lo que había cierta confianza, pero el remordimiento por no poder solucionarle el tema la tenía mal. Una cosa es vivir sola a esa edad, hacer sus compras, mandados y arreglos menores, pero esto ya incluía que alguien se meta en su casa, le rompa los azulejos, le cobre por un trabajo que ella no entendía y por eso necesitaba ayuda. Jorge, el mayor, ya le había dicho que él se iba a encargar, pero con su laburo siempre estaba corto de tiempo. Con Eduardo no podía contar, tenía que venir desde Avellaneda y no podía coordinar para semejante obra. Para no joder a ninguno de los dos, habló con el encargado del edificio, para que le recomendara un plomero ...

Gata de rincón

El mundo en miles de bifurcaciones, una entrada por sus ojos que explota en historias que quizás algún día escriba. Ella mira desde su rincón, calentito, cómodo, cómo el mundo transcurre y se desarrolla. Analiza, piensa, sonríe, imagina, sueña. Quiere su rincón y cada tanto una mano que se acerque y le acaricie el cuello para cerrar un rato los párpados en placer de vuelo. Es un gato más de esta familia, gata de rincón, gata de cama, gata de mesa que pide paté de foie. Ella está ahí, en silencio, contemplando la vida. Seductora, atractiva. Ella no sabe que de coté uno está atento a esa mirada, a cada gesto, a cada ronroneo, a cada temblor de sus dedos que se acurrucan cada tanto en la colcha doblada. Hay veces en que muero por acercarme, acariciarle el lomo, quedarme horas con mi mano en sus orejas. Pero viste cómo son los gatos, que a veces quieren algo, pero largan el zarpazo y duele. Misteriosa como un gato, suave como un conejo. No tengo mucho para ofrecerle, pero se lo ofrecería t...

Como si fuera ayer

Muchas ganas de ir no tenía, la verdad. Su vecino lo había empujado hasta esa fiesta para que se despeje un poco. Habían pasado ya tres meses de la muerte de Irma y sus días transcurrían frente a la tele, sin distinguir ni siquiera lo que estaba mirando. Fue un año largo, de visitas hospitalarias sin esperanzas hasta el anunciado final. Su amigo le insistió para que salga de su letargo y se divirtiera un rato y él terminó aceptando. La fiesta era en un salón que había reservado la empresa donde Sergio trabajaba. Luego de dar varias vueltas, copa en mano, un muchacho de unos treinta años se le acerca sorprendido. Su cara le resultaba familiar. -¡No me digas nada! ¡Pará! Eeehhhh... -¿Te conozco? -¡Castellani! ¡Alfredo Castellani!!! -Sí, ¿de dónde te conozco?-preguntó sorpendido. -¡Castellani carajo! ¿¡Cómo estás!? ¡Tanto tiempo! Alfredo frunció el ceño esperando que su cabeza le disparara un nombre en la sien. Nada. -¡Castellani! ¿Te acordás de mi? Ya pasaron como veinte años. ¡Rojo! ¡Ca...

El Deforme

Ya el hecho de leer en el bondi es una elección complicada. Los inconvenientes suelen ser múltiples. Con la práctica uno va encontrando la forma de sortearlos de la mejor manera posible. La elección del asiento es algo elemental. Es necesario situarse lejos de las ruedas, dado que las amortiguaciones de los bondis argentinos dejan mucho que desear, sobre todo si le sumamos el estado desastroso en el que se encuentran habitualmente las calles. El movimiento brusco del libro delante de nuestros ojos puede provocar mareos y dificultades a la hora de seguir los renglones de arriba hacia abajo salteando uno por uno. Por este motivo es recomendable sentarse (o pararse) en un lugar equidistante entre la rueda delantera y la trasera. Esto, en caso de escasez de asientos puede provocar innumerables distracciones provocadas por los pasajeros que intentan ir hacia el fondo o bien bajar por la puerta del medio, por lo que siempre se sugiere colocarse apoyado sobre el espacio reservado para sillas ...

Vuelo sin orillas

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Caminando lentamente recordando algunas de tus palabras, miraba dentro mío y sólo encontraba frases de reproches. Aquellas necesidades de aceptación, el temor y la cobardía, me terminaron alejando de todo lo que deseaba. Mi miedo a perder me convirtió en un hombre solitario. Tus palabras sonaban aún en mis oídos como el eco de tu perfume. Tardíamente comprendí cuan equivocado me hallaba. Como un mendigo guardando en su cofre de cartón los recuerdos de un pasado que habría podido ser presente, me enfrentaba avergonzado a la vida pidiéndole disculpas. Las baldosas se escabullían debajo de mis pies. Hojas que danzaban ante la menor brisa, acariciaban mis piernas que avanzaban lentamente. Zapatos extraños que convulsionados intentaban ganarse mutuamente carreras inentendibles, se cruzaban ante mis ojos. Levanté la mirada y te vi con tu caminar cansado de andar el suelo y con tu vuelo a flor de vereda. Inconscientemente dejé caer mi bolso. Pasos más tarde noté que había dejado los zapatos. ...

Cercanía

Y cómo haré la próxima vez que tenga a centímetros de mi cara a ese seno. Aún queda la sensación de temblor, de felicidad al acercarse, sonriendo ante la necesidad de compartir un momento único, tan único como efímero. En teatro se dice que un actor jamás repite un gesto, que cada función es única, que ninguna repetición es tal sino que es una nueva posibilidad de sentir el mismo camino como si nunca hubiera sido transitado. Cómo conozco esto! siempre el mismo camino, siempre una repetición que enseguida se transforma en única, siempre un temblor distinto al verlo llegar. El instante es enorme, el instante es efímero, el instante es eterno, el instante es mi vida, sin ese punto que nos une, una y otra vez sintiéndonos llegar, una y otra vez retomando las ansias al alejarnos para repetir este rito que nos comulga. Lo veo palpitar, latir cada vez con más intensidad a medida que se siente mi aliento confundiéndose con el suyo. Mi boca junto al seno, que rápidamente me sonríe, me siente y ...

Gustavo Adolfo

-¡No! ¡No! -exclamó el joven incorporándose colérico en su sitial-; no quiero nada... es decir, sí quiero... quiero que me dejen solo... Cantigas... mujeres... glorias... felicidad... mentiras todo, fantasmas vanos que formamos en nuestra imaginación y vestimos a nuestro antojo, y los amamos y corremos tras ellos, ¿para qué?, ¿para qué?, para encontrar un rayo de luna. Manrique estaba loco: por lo menos, todo el mundo lo creía así. A mí, por el contrario, se me figuraba que lo que había hecho era recuperar el juicio. Rimas. Gustavo Adolfo Becquer 20 octubre de 1537. Sentado a la orilla del Mar Rojo... a la espera de esa ola que se acerca y se despide siempre de forma tan efímera (así son ellas). Los segundos pasan lentos a medida que se acerca la hora indicada. Yo la esperaré. Aunque siempre sea lo mismo, aunque no dependa de mí sino de la luna que ella se quede esta vez uno, dos, tres segundos más. Aunque en ese lapso que siempre deja con ganas, uno sólo atine a contemplarla y sonreir...

Carrizo

- Carrizo! -porque mi vieja me llamaba Carrizo- Andá de Vicente y traeme medio kilo de carne picada, pero decile que no te dé de la vaca del otro día porque tenía mucha grasa! Ella sabía, en el fondo, que yo no le iba a decir nada a Vicente. Yo le iba a pedir carne picada y nada más, pero ella se quedaba con la ilusión de que ella se lo decía, que se sacaba el gusto, la espina, de criticarle la vaca del otro día. Mi vieja era así, gritaba todo el tiempo. Para limpiar la habitación, para hacer los mandados, para estudiar, para todo tenía que escuchar sus gritos, aunque estuviera a sólo un par de pasos de ella. Los padres a veces tienen concepciones tan raras acerca de lo que deben enseñar a sus hijos... En la cola del banco, si era muy extensa, se mandaba derecho para la caja, a los gritos y se colaba en el primer lugar. No en la mitad, haciéndose pasar por amiga de alguno. No. Ella iba directo a la caja. No importaban las quejas de los que estaban allí, siempre se salía con la suya uti...

El loco en la colina

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Un día te quedaste ahí arriba. Solo. Sabías quedarte solo. No te costó mucho hacerlo, disfrutabas de esa lejanía con el mundo, con el mundo real. Un día subiste y no bajaste. De vez en cuando te encarnabas en lo que creías que eras vos, pero no. De vez en cuando hacías que bajabas y no te creíamos. Nunca te salió hacer de vos mismo. El mundo. La realidad. La felicidad. Mi felicidad. Mi realidad. Mis sueños. Tu realidad. Tus realidades. Tus sueños. Tus mundos. Tu mundo. Qué mareo. ¿Y cuál es? ¿Cuál de todas? ¿Será realmente la mía? ¿Habremos sido nosotros los que bajamos y vos el que nos veías alejándonos? Defendiste tu mundo como único sueño y yo defendí el mundo como única realidad, sin saber lo equivocados que estábamos. Ya no estoy tan seguro de que realmente esto sea realidad. No puedo confiar en esto que me rodea. Dudo ahora de estar abajo. Dudo que todos estos que me rodean, realmente me rodean. Y Oliverio cansado de usar un solo brazo, dos labios, veinte dedos, no sé cuántas pal...

Como todos los días.

Salió del baño nuevamente y recorrió el pasillo de su casa. Era su casa, la recordaba de memoria, sabía dónde quedaba cada habitación, dónde estaba la cocina, dónde terminaba ese recorrido, aunque sea la primera vez que la había visto en su vida. Llegó hasta la otra punta agitado como si hubiera corrido desesperadamente aunque sabía que no lo había hecho; le pareció haber recorrido unos cincuenta interminables metros, tal vez trescientos. Antes de salir, saludó a su esposa, hermosa como siempre. Su cara le parecía conocida, esto lo alegró. Abrió la puerta y se encontró con un camino en medio del campo en el que lo esperaba su hermano que estaba más contento de lo habitual. Comenzaron a caminar rumbo al estadio. En el transcurso, le contó que se había comprado un auto. El calor lo obligó a bajar la ventanilla de ese coche rojo fuego. En una calle desconocida giraron a gran velocidad y a los gritos su padre le pidió que guardara el paquete que se encontraba en el asiento trasero. Sin dud...

Deja-Vu

Luego de semanas de investigación, pruebas, cálculos, fracasos y encierro, Benitez salió a la calle con su nuevo invento. Había fabricado los anteojos para ver el futuro. Aún le faltaba perfeccionarlo, sólo permitía ver con 15 segundos de anticipación la desfasada realidad. Fantaseó con la idea de volverse millonario, apostando siempre a un número ganador que conocería de antemano; se alegró ante la posibilidad de no cometer actos estúpidos o evitar situaciones embarazosas haciéndole trampa al tiempo, realizar trucos de adivinación, e incluso de poder gritar los goles antes de que la pelota toque la red. Una vez parado en el andén de la estación, cuando pensaba en todas estas cosas, vio a escasos diez metros una muchacha con la que cruzó una dulce mirada. Se preguntó ¿por qué no? y decidió hablarle. Para probar su invento y saber si iba a tener o no éxito en su conquista, se colocó los lentes. Inmediatamente la vio corriendo hacia donde se encontraba él con un gesto de pánico mientras ...

Vuelo

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Bailaba. Flotaba con la música. Sus pies apenas rozaban el suelo. Con su cabello otoño imitaba una hoja volando al compás del viento.

Personajes

Se puso su remera con la cara de Olmedo sonriente como si aún estuviera aquí. Luego se terminó de vestir, tomó la mochila, bajó las escaleras y salió rumbo a su trabajo. Al cerrar la puerta tuvo la sensación de que se olvidaba algo, pero no le dio importancia. La cabeza de Juan P. seguía dando vueltas en un vuelo de problemas, seudo soluciones, recuerdos, broncas y un par de chistes malos de los cuales él solo se reía. Hacía dos meses que los albañiles habían empezado la construcción del piso de arriba de donde vivía y su vida se encontró violentada por el polvo, las nuevas goteras, los cortes de luz y la falta de gas. Al mismo tiempo que intentaba buscar alguna solución, se indignaba por vivir en esas condiciones y sonreía al pensar en su propia imagen sentado en el inodoro con un paraguas para que la gota revolucionaria no le moje el marote. Inmerso en todo este revuelo personal sólo pudo prestar atención a un vendedor de Hecho en Bs. As. que triste ofrecía su revista. No le fue difí...

Palabra

Estaba enamorado de ella desde que descubrió que podía enamorarse. Sólo la vio una semana en su vida pero le bastó para que jamás se le borre de la mente. Ella nunca le fue indiferente, lo cual era normal dada su forma de sociabilizar. Tenía la particularidad de seducir con una mirada, sin siquiera quererlo, a cualquiera que se le pusiera enfrente. Un brillo que hacía imposible pasarlo por alto mientras se conversaba con ella. Pero él cayó rendido. Perdido. Desde el primer momento que la vió se le arraigó en su corazón y su cabeza, su sonrisa y su mirada. La vida los separó. Cada uno vivió su mundo. Él siempre recordándola. Veinte años después, perdido en un vagón de subte, levantó su mirada y la vio. Sentada. Cabizbaja con la mirada en blanco y negro. Por un instante dudó si era la misma persona que él recordaba, por eso la llamó, muy bajito, por su nombre. Ella levantó su ojos y tardó en reconocerlo. Cuando lo hizo fue como si hubieran presionado el botón de "ON" de su sonr...

Allá lejos y hace tiempo

Esta es la cola de un corto que filmamos hace unos años. Fue mi primera experiencia dentro del cine y si bien se notó que eran los inicios de varios, se laburó muy profesionalmente. El corto se titula "El Hombre que vio la primera noche caer", fue dirigido por Silvina Díaz Challiol , dura unos 20 minutos y además de mí, también actuaron Juan Pablo Pereira y Josefina Stancatti.

El hombre que vio la última noche caer

Una atrofia cerebral que tengo desde hace nunca recuerdo cuánto me impide almacenar en mi memoria las cosas que han sucedido. Los sucesos pasan por mi cabeza con la misma fugacidad que estalla el presente a cada segundo. No logro que mi pasado descanse más que escasos segundos en mi mente sin que intente fugarse ante el primer esbozo de futuro. Alguna vez habré sabido cuál fue el motivo de esta desgracia. Por mi cabeza se continúan permanentes fotogramas de una película que jamás existió. Esas imágenes coinciden con mi vida, hablan de mí, hablan de los hechos de los cuales soy el protagonista. Hablan del mañana. Todos y cada uno mis recuerdos se componen de sucesos que aún no me han ocurrido. Soy un vidente sin memoria. Afortunadamente como método de autoprotección mi propio cerebro logró separar conceptual y prácticamente el recuerdo del conocimiento. De ese modo logro aprender cosas sin depender del recuerdo, cosa que tanto física como psíquicamente la humanidad ve como inaceptable. ...

Grandes Homenajes - Hoy: Thomas Watson

Con Thomas Watson, inauguramos el día de hoy esta pequeña sección que tiene como objetivo rendirle homenaje a tantas personas que han pasado casi inadvertidas por la historia de la humanidad, y sin cuya obra el mundo hubiera sido un caos, o no. Don Thomas Watson era fiel colaborador de Graham Bell. Como todos sabemos, Bell fue el inventor del teléfono, invento que no hubiera tenido sentido si no había alguien para atenderlo. Filosóficamente podríamos debatir acerca de cuál fue más importante, si el primer o el segundo teléfono, pero la humanidad exitista ya ha dado su erróneo veredicto, y no lo discutiremos. En fin, Thomas Watson fue el primer tipo que atendió el teléfono . Aún recuedo ese día -cuenta Watson, 130 años más tarde-, veníamos de muchos intentos fallidos. Ya estábamos muy desilucionados, dado que durante meses intentamos realizar la prueba y no habíamos tenido éxito. Luego de varios días de frustración, nos dimos cuenta de que el problema es que no habíamos inventado el ti...

De otro palo

En el cumple de Marisol había mucha gente que no conocía. Miraba a todos lados y a lo largo de la mesa los invitados hablaban entre sí de temas e historias en común de las que yo era ajeno. El abuelo y el tío discutían acerca de la política adoptada por el gobierno con respecto a las deudas internacionales. Todos comían y reían mientras yo simplemente observaba y atendía a las conversaciones. Luego de un par de horas de normalidad se sumó Estela, la hermana de Marisol con Clarita, su hija recién nacida. En realidad Clarita tenía casi diez meses, pero para los que concurríamos a esa casa sólo una vez por año nos parecía recién nacida. Esta visita generó una catarata de halagos hacia la bebé que miraba sin entender mucho. Todas las miradas se centraron en ella, se paró sobre la mesa y acercándose a la torta la pisó y enterró toda su manecita en el bizcochuelo. Mi pensamiento inmediato fue: "la matan"... pero no, ante su rostro infantil, todos se quedaron mirándola acaramelados ...