A Diestra y Siniestra
Con una lágrima cayendo de su mejilla, Jonás está firmando su último escrito. Sobre el escritorio, una latita de cerveza utilizada como portador de una docena de lapiceras en su mayoría secas o vacías, una carpeta con hojas mezcladas, ordenadas y vuelta a reordenar, y una máquina de escribir recostada a la derecha escondida debajo de una pila de páginas escritas a mano. Ya no recuerda cómo escribir su propio nombre. No recuerda las curvas de su propia firma. La mano temblorosa, casi inútil, termina de dibujar el garabato al pie de la hoja.
Acerca su mano a sus ojos. La contempla detenidamente. Lee sus líneas. Piensa que en alguna de ellas se encuentra escrito su trágico futuro, pero también su olvidable pasado.
Nunca fue un gran escritor, él lo sabía. En Carlos Casares había logrado armar un pequeño periódico literario de discutible éxito. Lo cierto es que esa experiencia le generó la necesidad de escribir un libro. Se embarcó en esa aventura y tuvo cierto reconocimiento en su círculo de amistades. Si bien no alcanzó grandes objetivos más que un premio otorgado por la biblioteca local en un concurso de novelas, continuó escribiendo; sentía la obligación de ser reconocido como "el escritor". Para dar un toque excéntrico a su vida, comenzó a utilizar un seudónimo: Jazmir Bancroft.
Seis años antes, delante del mismo escritorio, Jazmir se había encontrado en la misma situación, hundido en la más profunda depresión, producto de meses de bloqueo intelectual.
Estaba escribiendo su tercera publicación, un libro de cuentos, ensayos, opiniones y recuerdos. Había alcanzado los dos tercios del total del libro y se encontró estancado. Sus intentos por recobrar la inspiración resultaron completamente infértiles. Probó con infinidad de métodos: deambular con un grabador de bolsillo, acostarse con una hoja y una lapicera, escribir borracho, drogado, sobrio, enojado, a máquina, parado, acostado, en su trabajo, en la plaza o encerrado. Pero las ideas no lograban formarse dentro de su cabeza. Ya vencido, con lágrimas en los ojos, contempló su mano, preguntándose por qué no podía escribir más.
Pensó que su idea de escritor era más ficción que todos los cuentos que había escrito. Cansado, desahuciado, agotado mentalmente, Jonás decidió ponerle fin a la vida de Jazmir. Para que la parodia sea al menos simpática, tomó una hoja y se dispuso a escribir el testamento de este mediocre escritor. El cansancio y el whisky le jugaron una mala pasada y, entre las distracciones habituales, se quedó dormido sobre su escritorio.
A la mañana siguiente, Jonás se despertó con la cabeza apoyada en el escritorio. Un hilo de saliva caía desde su boca hasta la última hoja escrita. Lamentó haber estropeado el texto sin siquiera recordar lo que había escrito. Antes de tirar la hoja, dedicó unos minutos para leerla, para confirmar la ausencia de algún párrafo rescatable.
Su cara se transformó, se lo notaba visiblemente emocionado. Era hermoso, quizás el mejor cuento que haya escrito en toda su vida. Pasó una buena parte de la mañana leyéndolo y releyéndolo. Intentó vanamente recordar el momento en que lo escribió y al notar que la inclinación de la letra no es la habitual, chocó inevitablemente con que el cansancio fue la razón del olvido.
La noche siguiente resolvió experimentar nuevamente de acuerdo a su explicación del asunto: Él a punto de dormirse y ya entrando en la línea que separa la razón del sueño, ingresó en un estado Alpha en el que su inconciente dominó todo su cuerpo, logrando que las fantasías y genialidades que se encontraban encerradas salieran a flote, utilizando su pluma para volcar lo que para él fue un sueño increíble, en una hoja de papel.
A la mañana siguiente se repitió exactamente la misma escena. Nuevamente el cuento perfecto, la caligrafía propia pero inclinada, la pluma sobre el escritorio.
Durante un mes, Jazmir repitió el experimento con éxito, logrando darle un vuelco estupendo a su libro y finalizándolo antes del tiempo propuesto.
Tal como se imaginaba, el libro fue todo un éxito. Su nombre comenzó a aparecer en las librerías más importantes de la Capital. Distintas editoriales disputaban sus escritos y Jazmir aprovechó para firmar su primer contrato con la más importante: Editorial Anagrama.
Utilizando su método publicó dos libros con alto vuelo literario, ambos con récord de ventas.
Jazmir comenzó a ser reconocido como uno de los escritores revelación del año. Su vida empezaba a tener emoción, lo llamaban de todas las editoriales y lo
entrevistaban periódicamente en los suplementos literarios de los diarios más importantes. Su secreto: escribir cuando duerme; cuando no dominaba su mente.
Un año más tarde, una noche, se reveló ante él el verdadero secreto de su escritura. Jazmir preparaba su ya habitual posición para dormir, sentado frente al escritorio, pluma en mano y un frasco a medio terminar de pastillas relajantes. Cuando parecía que comenzaba su momento mágico, sonó el teléfono. Sin perder ánimos de concentración atendió el llamado, aún con la pluma en su mano izquierda posada sobre el comienzo del papel en blanco. Era su editor, consultando acerca de los tiempos de presentación para su nuevo trabajo. La charla se extendió durante largos minutos. Su mente se distrajo y perdió la esperanza de lograr escribir algo esa noche.
Al finalizar la llamada, ya resignado tomó el papel y descubrió con gran asombro que había comenzado a escribir sin darse cuenta un nuevo cuento, tan brillante como los anteriores. El destino le puso sobre los ojos la realidad: no existía tal estado de trance que le permitía escribir inconcientemente todas las noches. No se trata de no dominar su mente, sino de no dominar su cuerpo. Es su mano izquierda la que contiene el secreto de su gloria, la que aprovecha cuando él duerme para volcar en el papel los exquisitos textos con los que se desayuna cada mañana.
Comprendió entonces que el logro de su éxito no se basaba en él sino en su mano. En la vida propia de ella.
A dos años desde el descubrimiento, su carrera como escritor continuó creciendo y fue tomado como uno de los grandes referentes literarios del país. Ya no necesitaba dormirse para escribir, sino que concientemente entregó una absoluta independencia a su mano izquierda. Tuvo que aprender a realizar sus tareas diarias con la mano derecha, mientras su otra mano se dedicaba a escribir todo el tiempo.
Torpemente comenzó a acostumbrase a vivir su vida cotidiana apoyado en su mano derecha. Comenzó a serle natural cepillarse, abrir canillas o utilizar el destornillador como si fuera diestro. Mientras, su mano izquierda continuaba escribiendo Best Sellers.
Un día notó en uno de sus escritos (no los de él, sino los de su mano izquierda), un ensayo acerca de la explotación humana; un cuento perfecto que incluía un mensaje sobre derechos, éticas y moralidades. Indirectamente lo sintió como un reproche, una acusación: él gozaba de una vida exitosa gracias a la explotación de su mano, mantenía a su mano esclavizada mientras él se llenaba de gloria.
A partir de este momento comenzó a leer más detenidamente cada uno de los textos que su mano volcaba temiendo que lo perjudicase tanto moral como socialmente, incluso se tomó el atrevimiento de realizar algunas correcciones (con su mano derecha, por supuesto) que creía convenientes.
Su siguiente novela fue una impecable ficción acerca de la libertad de expresión y la censura.
A partir de ese momento, los libros de Jazmir comenzaron a tomar un giro político muy claro, con un trasfondo oculto muy personal. Se volcaban en los textos síntomas de rencores y reproches hacia su persona. A estos rencores que su mano no podía ocultar se le sumó un sentimiento de celos por su mano derecha. Durante toda su vida, la mano izquierda había sido la mano más importante, la que realizaba todas sus tareas, podría decirse: la mano mimada. Pero desde aquel extraño descubrimiento, fue relegada, fue utilizada solamente para escribir y llenar de gloria a Jazmir, quien comenzó a utilizar con mucha más naturalidad su mano derecha. Gracias a la constancia y la repetición, había logrado utilizar su mano derecha como si lo hubiera hecho desde su infancia, hasta el punto de escribir sus propios cuentos con esa mano.
Hace unos meses, su genial mano dejó de escribir. Intentó por todos los medios hacer que ella vuelva al trabajo. Comprendió que el esclavo era él. Era él el que dependía del humor y las ganas de una parte de su cuerpo que ya no dominaba. Pese a sus gritos, llantos, amenazas, fue imposible lograr que su mano escriba aunque sea una línea. Su editor lo viene presionando desde ese momento para que entregue su nuevo material, pero es inútil.
El odio reina en su cuerpo. Un odio feroz hacia su mano. Un odio que cree recíproco.
Esta noche, Jonás resuelve poner fin nuevamente a la vida de Jazmir. Con su despedida escrita en la hoja, con esa firma que le resulta aún extraña, decide terminar con su vida de escritor. Como una repetición quizás descripta perfectamente en las líneas de su mano, borracho, con los ojos nublados cae rendido sobre el escritorio.
A la mañana siguiente, su editor lo encuentra, con su cabeza apoyada sobre unas hojas manchadas. La sangre, ya oscura, sale de su brazo, y un cortapapel es empuñado por su mano izquierda.
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